V

 

 Civitas

 

             

 

De troyanos y aqueos

 

la terrible refriega

 

a sí misma abandonada, se quedó

 

y de aquí para allá, por la llanura,

 

se enderezó la lucha en mil sentidos...

 

(Homero: Ilíada, canto VI, 1-3)

 

 

 

  —Y, naturalmente —dije yo—, la tiranía no tiene como origen más régimen que la demagogia; de este, esto es, de la más desenfrenada libertad surge la mayor y más salvaje esclavitud.

 

(Platón: La República, VIII, 563)

 

 

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El día anterior, viernes de luto, había sido de impotencia y de tragedia. «¿Con qué ojos mirar a los padres de Raquel? ¿Qué palabras podían ser halladas? y ¿con qué sentido?». El dolor de Edmundus y de Silvia se tradujo en indignación y rabia, y también en vergüenza por no haber podido evitar aquella tragedia: un pudor más moral que personal pesaba entre los sentimientos del abuelo, y también de la nieta.

 

Hoy sábado, a las doce, se habían celebrado las exequias y el funeral, en su mismo centro escolar, repleto hasta reventar, lleno de gentío y de resentimientos. La cólera de toda la comunidad se había exteriorizado desbordantemente y se había contagiado a toda la ciudad. Para el filósofo ahora solo cabía llorar, callar y sentir la  deshonra de pertenecer a aquella misma raza humana. Delmundo tenía claros signos de no haber dormido, sus ojeras y su palidez no podían ser disimuladas.

 

El creador de las universitas había comprometido una entrevista con una importante televisión local para primeras horas del domingo, por eso habían decidido pasar ese sábado y el día siguiente en Windhoek, aunque el motivo principal, bien lo sabían, era el deseo de rendir su luto personal a Raquel.

 

 

 

En este apacible momento de las cinco de la tarde del sábado empieza su callejeo por la ciudad buscando sus signos de identidad. Abuelo y nieta desearían consolar su impotencia  por las calles de la capital de Namibia… les guía la secreta confianza de una liberación entre el bullir de las gentes. Ansían estar en contacto, comunicarse, pero no tienen muchas ganas de hablar.

 

Cumplida la ceremonia de compunción, «que no devuelve la vida ni restablece injusticia alguna» —pensaba el anciano— «pero que despide con el honor debido», lo que más deseaban los dos es que Yóbrek diera de una vez con esa rata que desde su guarida estaba dispuesta a atentar en su juego asesino contra niñas inocentes.

 

Windhoek tiene seis millones de habitantes. De estas dimensiones hay varios cientos de metrópolis en la Confederación. Rodeada por zonas secas y desérticas, en su interior hay abundante agua. Por sus estudios de historiadora, Silvia sabía que a finales del siglo XXI se localizaron reservas subterráneas, corrientes freáticas importantes… y que hasta ese momento, la ciudad vivía en medio de una sequía endémica.

 

La capital de este país africano había crecido de otro modo distinto a la geométrica Astur, su estructura era más arabesca y orgánica. Zonas urbanizadas muy densas y pobladas, sin grandes espacios libres, tuvieron que ser compensadas con un plan de parques; en la actualidad existen cinco grandes espacios de recreo, uno, más pequeño, situado en el centro y los otros cuatro emplazados en sus puntos cardinales. El parque del norte es una de las mejores reservas del mundo de animales salvajes. Vista la ciudad desde el aire, estos lugares de expansión oxigenan a la ciudad, pero caminando por sus calles se sienten dos ambientes distintos, uno masificado y ajetreado y otro refrescante y silvestre.

 

Frente al hotel donde se alojan abuelo y nieta, separado por una ancha avenida, el parque central, llamado Lamande, extendía sus masas arbóreas, su remanso de ruidos urbanos, hecho de sombras acogedoras y de paz vegetal, adornada por el selvático canto de algunas aves. Decidieron adentrarse en él, en sus ciento noventa hectáreas. Primero caminaron durante una media hora por caminos umbríos salteados de brillos de sol que se colaba entre el follaje.

 

Los paseantes iban y venían, con una cadencia lenta, personas que marchaban solas como para despejarse o hacer ejercicio, parejas que caminaban en silencio o que hablaban a un ritmo sosegado. A veces tres personas juntas o una familia con hijos pequeños se cruzaban en su camino. Los árboles, la hierba, el aire y los armoniosos sonidos rezumaban una dulce tranquilidad, y los seres humanos, poseídos por este halo, quedaban abducidos en el ambiente.

 

La conversación de la nieta y su abuelo era relajada, sin guión, inspirada en lo que iba saliendo al paso… pero volvía soterradamente a las impresiones de los últimos acontecimientos y al dolor de esa muerte prematura que les sumía en aquella penumbra interior. Ambos, vislumbraron ahora al fondo una masa de luz… ¡era el corazón de Lamande! En los planos que manejaban había en el centro geométrico del parque un área despejada, una extensión diáfana. La vida de aquel lánguido parque lleno de paseantes pacíficos ocultaba en su núcleo una colorista vitalidad… múltiples canchas y campos competitivos hervían a rebosar de atletas haciendo todo tipo de deportes… y en sus cuatro piscinas jugaban y nadaban decenas de bañistas en medio de un alborozo y griterío infantil.

 

La mayor parte de las urbanizaciones de la ciudad contaban con su circuito  de correr, su piscina, canchas y gimnasio particulares, pero esta extensa zona abierta en este interior arbóreo transmitía unas sensaciones físicas más poderosas y una alegría colectiva de vivir que impregnaba los oídos, los ojos y la piel de los gimnastas con su fuerza particular. «Por eso eran muchos los que confluían aquí varias veces a la semana, para añadir, junto al placer del deporte, esta estética sensación de  escenario directo y de baño oxigenante. Las endorfinas rezumaban entre los gritos y las risas. La vida individual acrisolaba sus afanes en medio de aquella ansia colectiva de vivir». Esto era, al menos, lo que iba meditando Edmundus.

 

El parque les empujaba ahora a otros lugares, querían conocer algo más el espíritu de aquella urbe.  Por indicación del abuelo, se dirigieron en bólido a uno de los barrios situados al oeste, donde se concentraba buena parte de la actividad comercial de la ciudad.

 

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Era un hervidero [...]