II

 

 La familia Delmundo

 

 

 

El ojo que ves no es

 

ojo porque tú lo veas;

 

es ojo porque te ve.

 

[...]

 

Los ojos por que suspiras,

 

sábelo bien,

 

los ojos en que te miras

 

son ojos porque te ven.

 

(Antonio Machado: «Proverbios y Cantares», I y XL)

 

 

 13

 

Edmundus y su nieto enfilan andando la última avenida antes de entrar en el jardín de la Clínica Delmundo. Silvia, entre los dos, se desplaza en una silla de ruedas, con capota traslúcida y aire acondicionado. En las calles las VS marcaban menos 5º Celsius; había que prevenirse de cualquier enfriamiento.

 

Desde aquel emplazamiento en La Providencia se divisaba una parte de aquella hermosa ciudad. Los tres se giraron para contemplarlo; ese día no había prisa... solo estar juntos y hablar... Debían profundizar con detalle en toda aquella historia. Inconscientemente, en el fondo, también se trataba de apaciguar el miedo que llevaban metido en el cuerpo. Querían celebrar que estaban vivos y protegerse aún más unos a otros.

 

Después de permanecer un rato contemplando el hipnótico panorama, se dirigen al interior de la clínica, cuyas obras de reconstrucción iban ya muy avanzadas.

 

—Iremos a la sala de oriente —señaló el abuelo—. Allí estaremos bien, nadie nos molestará.

 

No habría ningún secreto entre ellos, salvo aquello que, por deber ético, el abuelo no podía revelar a nadie todavía: el problema del Pozo. Era preciso mantener un riguroso silencio sobre esto, y a pesar de la total confianza que compartía con sus dos nietos, el secreto solo iba a ser difundido cuando hubiera encontrado una solución para ello.

 

—¿Te has fijado, abuelo, te miran como a un resucitado? —apunta ella, mientras situaba su silla de ruedas entre las dos cómodas butacas que estaban ocupando su hermano  y el abuelo. A consecuencia del atentado no podía mover sus piernas.

 

—Sí, no deja de resultar sorprendente: volver de más allá de la propia muerte. Pero, nada más falso…

 

—Algunos te atribuyen poderes mágicos, ¡deberías aprovechar este tirón! —concluye Yóbrek en un visible tono de broma.

 

—Tú también resucitaste, hermanito, y ahí sí tuvo algo que ver la “magia” del abuelo.

 

—Ya lo sé, si no hubiera sido por aquellas dos pastillas... ¡que me salvaron! Perdí el sentido durante dos horas, pero el veneno no pudo ir más allá. Gracias a la promesa que le había hecho al abuelo: las tomo ritualmente en esas circunstancias. Si lo hubiera llegado a saber… ¡cuántos más se hubieran podido salvar!

 

—Son pastillas de las que estoy muy seguro, pero están en periodo de experimentación en los controles de Balance —Aclara con orgullo el abuelo, aunque alejado de cualquier vanidad—. Neutralizan todos los procesos venenosos, o casi todos, ese detalle está aún por comprobar. No debéis dejar de tomarlas, ambos, sobre todo tú Yóbrek, por tu trabajo. No te relajes nunca. Para morir, basta una vez. Estamos expuestos al sabotaje indiscriminado y al terrorismo ciego… y nada más fácil que hacer daño…

 

—Es verdad, y ya he visto pasar una vez la muerte a mi lado. Un recuerdo imborrable. Pero tú, abuelo, tú llegaste a estar muerto, para muchos… ¡si oyeras las historias que corren por la calle, de boca en boca!

 

—Cierto. A nadie le he dado todos los detalles. Tiene que ver con la prudencia que me impongo... Mis investigaciones... ¡ya sabéis!, ¡son peligrosas!... A veces lo son: me refiero a conocerlas de cualquier modo.

 

—Yóbrek y yo lo hemos hablado, lo del Pozo y lo de la meditación transcorpórea. También nosotros lo hemos hecho. Pero eso, ¿cómo explica lo de tu ficticia muerte?

 

—Las cosas suelen ser más sencillas de lo que aparentan. Lo entenderéis enseguida.

 

Ambos concentraron sus miradas sobre el abuelo y le transmitieron con el gesto su intriga cándida.

 

—Todo empezó, cuando Anne, mi paciente con mitomanía aguda, se fue a la una y treinta y cinco, media hora antes de que finalizara el tiempo de su consulta. No pude impedírselo…le sobrevino un ataque de ansiedad cuando supuso que me preocupaba algo… y dejé que se marchara. Hasta las dos y cuarto no debía entrar Joseph. Así que pensé que me sobraba tiempo para un breve experimento que tenía pendiente. Bajé al Pozo para probar un nuevo medicamento que considero ya muy fiable. Como la inyección había de ser directamente en la hipófisis, debía hacerla en el Pozo. Pensaréis que no debería haberlo hecho solo, pero para mí era un trámite muy sencillo. Solo me llevó diez minutos —ambos le regañaron con el gesto—. Lo sé, los pacientes se pasan allí horas, pero se trata de procesos mucho más complejos que mi pequeño experimento. El medicamento que me inyecté solamente desarrolla su mejor potencial a través de la meditación transcorpórea. Así que me dispuse para una breve sesión. El despertador lo activé para las 14:06. Sesenta y un segundos antes y la explosión no me hubiera afectado de ese modo. Pero para esa hora la función despertador de mi carnet había dejado de funcionar. Un gran cascote lo dañó. Mi experimento tenía que ver con profundizar y potenciar la meditación transcorpórea: llevarla a una meditación de estado somático parecido a la muerte: un latido cada 3 minutos; con esa cadencia el cuerpo se vuelve rígido y las constantes encefalográficas son tan lentas que en una inspección habitual se interpretan como muerte cerebral. Ahí tenéis lo que pasó. Solo podía despertarme a través del ruido programado de mi despertador. ¡Qué desgracia que todos los demás murieran verdaderamente...! Laura, la doctora de la consulta 29, tan querida por sus enfermos, y... —en este punto frenó y torció el gesto para no tener que llorar una vez más.

 

—Sí, morir inútilmente, lo he visto bien cerca... —dijo Silvia con rabia y dolor, mientras su hermano asentía. Dejaron pasar unos instantes hasta que el abuelo se repuso. Y continuó...

 

—¿Qué es, entonces, lo que la gente no sabe? No conoce mi nuevo medicamento ni las profundidades de la meditación transcorpórea ni la unión entre ambas. El recorrido más simple entre una causa y un efecto, cuyas conexiones son desconocidas, es introducir un criterio mágico. ¡Y eso lo venimos haciendo desde hace más de cien mil años!, cuando el ancestro homo sapiens fue organizando sus conocimientos mediante categorías mágicas y a través del nacimiento de las religiones primarias.

 

Continuaron varias horas más hablando animada y apasionadamente de estos temas, a mitad de camino entre la psicología común, la actitud religiosa primitiva y los criterios científicos. Menudearon también las preguntas sobre los casos actuales de Yóbrek, el estado de la delincuencia internacional y las nuevas estadísticas y tendencias; sobre las conclusiones del trabajo histórico de la doctoranda en torno a la postilustración, con su recorrido por los siglos XIX al XXV; sobre los avances científicos y las perspectivas filosóficas del abuelo, todavía no publicadas; y sobre el funcionamiento del actual modelo educativo, totalmente revolucionario, en torno a las Paideias, a las Universitas y a los Centros Profesionales.

 

—No sé vosotros, pero mi reloj biológico me dice que tengo hambre —interrumpe Silvia al abuelo en un momento de la detallada argumentación sobre los componentes cruciales educativos entre los cuatro y los ocho años.

 

—¡Las dos y diez!, tienes toda la razón. Iremos a comer.

 

—Podemos seguir, abuelo, en el comedor. Lo que estás diciendo no solo es muy interesante sino que está muy relacionado con mis estudios históricos. ¡Yóbrek!, ¿por qué no encargas con tu carnet comida para los tres?

 

—A las dos y media estará bien —mientras dice esto, él ya está pulsando un encargo en los platos que los robot-restaurantes tienen en su carta del día. Conoce bien los gustos de ambos y no pierde el tiempo en preguntárselo—. Si queréis podemos hacer intercambios... pero ¡no quiero quejas después! —Con un gesto, el viejo y Silvia, camino de la puerta, asintieron.

 

—Mientras preparáis la mesa y una bebida especial, veré al capataz; mejor que me informe personalmente… hay alguna incidencia… y casi todo funciona mejor en el cara a cara. ¡Con esta reconstrucción la clínica acabará ganando, ya veréis!...

 

La comida estuvo muy animada, regada con un magnífico Ribera del Duero de la reserva especial del doctor Delmundo. La luz de la leve presencia etílica hizo brillar las pupilas de los tres, y su cosquilleo se entreveró con los temas de la conversación. Hablaron de motivos menudos, familiares… y de los chismes del momento… Era mejor recuperar los temas sesudos, cuando todas aquellas sensaciones organolépticas y todos los ritos rítmicos del comer estuvieran satisfechos…

 

14

 

A esta misma hora, en Bonaire, alguien había sufrido una intensa metamorfosis en su apariencia física y se había mudado de Kirk a Arcángel. Ojos y oídos juramentados le mantenían a distancia informado de los avatares de la familia Delmundo. Vivían porque él lo permitía aún. «No había sido un error que siguieran vivos, porque ellos no eran más que objetivos secundarios en esta primera fase. De momento solo se ha iniciado la batalla, una mecha que ha prendido y que hará saltar a toda la Confederación por los aires, cuando llegue la hora».

 

Contaba con todo el apoyo financiero que necesitara. Alguien muy poderoso odiaba a Edmundus verdaderamente. Rendía cuentas a distancia. Solo le exigían que se vieran movimientos, destrucción y progresos. «¡El atentado de la clínica y la fuga de Dantès eran considerados graves, por la prensa… pero nadie ha previsto todavía que es la primera brisa de un huracán inminente!». Sus planes requerían alistar un amplio ejército de terroristas, hombres de paja, fácilmente sustituibles que hicieran su contribución y luego fueran cayendo. Carnaza con la que el ejército confederado anduviera entretenido. Hojas programadas para otoñarse pero que con su ciclo iban a proteger la robustez del árbol entero. En eso ocupaba ahora buena parte de su tiempo. Y en trazar un grandioso plan, con sus símbolos, sus mensajes y su sentido de cambio necesario... y liberador. La fecha de la muerte de Silvia, luego de Yóbrek y finalmente de Edmundus ya estaba fechada en su calendario. Con fruición, el Arcángel repasaba mentalmente su proyecto: «¡Trompetas vengadoras!, ¡hasta que truene la última!». Trompetas que anunciarán las fases de aquella revolución... inevitablemente sangrienta. «Con ellos tres, morirán miles... solo los necesarios porque yo, el Arcángel, dirigiré mi piedad a esa opinión pública que tarde o temprano se pondrá de mi parte».  Ningún emperador renuncia a tener pueblo, no puede, bien lo sabía.

 

15

 

Antes de volver a la sala, estiraron un poco las piernas, ella hizo girar sus ruedas, y pasearon hasta el parque exterior, deteniéndose de nuevo ante la panorámica que desde allí se divisaba.

 

—El distrito de Gijón nació como una pequeña población justo allí en el cerro Santa Catalina —explica Silvia, dirigiéndose a su hermano, no a su abuelo, quien conocía sobradamente estas historias locales.

 

—Sí, ya lo había oído —se apresura a  conceder el capitán— ¡Qué hermoso cerro!, ¡tan arbolado! —Los paisanos saben que en él se anudan los cinturones verdes occidentales, que serpentean toda la costa desde Poniente y El Arbeyal, con los orientales, que llegan a sus pies y les rodean más allá a lo largo del linde costero hasta unirse con las estribaciones del Sueve—. A cientos de metros de altura, desde el bólido de Balance, diviso todo este panorama a menudo y siento que es mi paraíso.

 

—Esa es una palabra muy exacta: “Paraíso”, —tercia ahora el abuelo, quien gozaba casi tanto de aquella visión como de la compañía de sus nietos—. Creo que conozco todas las grandes ciudades del planeta y es difícil conjugar tanta armonía marítima, forestal y montañosa en un equilibrio como este. El mar inmenso, los dorados arenales, las manchas verdes adornándolo todo, el aire puro, los pequeños cerros y las salvajes sierras… todo tan próximo entre sí.

 

Astur era una bellísima ciudad. Fruto histórico de la expansión de Gijón, Oviedo, Avilés y sus entornos, fue ampliándose sin cesar hasta su estabilización hace un siglo. Abrigada por dos parajes naturales salvajes, la sierra del Sueve y el monte Aramo, y contenida por toda su franja marítima, adornada con amplios arenales desde la Concha de Artedo, Aguilar, El Sablón, Salinas, Xagó, Verdicio, Luanco, Xivares, El Arbeyal, Poniente, San Lorenzo, La Ñora, Rodiles, La Isla, La Griega y Vega. Dieciséis playas donde disfrutar, dentro de la ciudad.

 

Las vistas desde La Providencia mostraban un ancho corredor verde de árboles que contorneaba toda la costa desde El Musel hasta el cerro Santa Catalina y desde aquí hasta la falda de La Providencia. Los edificios se elevaban alejados ochenta metros de la costa, penetrando hacia el interior, trepando primero por el monte Deva y extendiéndose por las llanuras de Roces varios kilómetros hacia el Alto la Madera, desde donde se accede a Noreña y al gran distrito de Oviedo que conserva su enhiesta catedral gótica.

 

—Tomaré mi segundo café en la sala de oriente. ¡Vamos! —ella les estaba diciendo, ellos lo sabían, que la conversación tenía todavía varios temas por despejar. Había que proseguir.

 

—¡Las cuatro y media! Preparado. ¡Vamos!… —enfatiza el filósofo.

 

—¡Sí, volvamos al trabajo! Ya está bien de expansiones y charletas —sentencia con cómica mordacidad el policía.

 

En el traslado, el filósofo les comenta algunas de las mejoras que se iban a introducir en la clínica y, con una alegría infantil, explica que dentro de quince días estaría en su normal funcionamiento… Yóbrek, mientras dirige la silla de ruedas de su hermana,  aprovecha para preguntar a su abuelo cuál es el origen de ese nombre: el “Pozo”.

 

—Pozo significó para mí en su origen, cuando elegí el nombre, "pozo de sabiduría" y "pozo de misterio", pero sobre todo "pozo de agua".

 

—¿Pozo de agua? —es Silvia quien interroga, extrañada.

 

—En principio, el pozo nace porque se busca agua: la base de la vida. Y, lo más curioso es que “mundo” y pozo están emparentados. “Mundo” es el círculo que se hace en un asentamiento para profundizar allí hasta encontrar agua. El mundo da lugar al pozo. Y el mundo y el pozo dan lugar a la fuente de la vida. No puede haber un asentamiento duradero sin agua. “Mundus”, en latín, será después el círculo o espacio a la redonda, donde habita el hombre. Y, finalmente, el globo terráqueo.

 

—Entonces, ¿nuestro apellido...?

 

—Sí, Yóbrek, nuestro apellido, Delmundo, vendría a significar el habitante del mundo o también el que habita al lado de un pozo.

 

—Abuelo, ¿y tu nombre, por eso te lo cambiaste?

 

—Tienes razón, pequeña, como algunos pocos sabéis, mi nombre de pila originario no era Edmundus. Me lo puse cuando... —el abuelo se mostró algo azorado, por lo que iba a decir— ...cuando tuve la “revelación”.

 

—¿Una “revelación”?, ¡abuelo!, ¿tienes más secretos que no conozcamos? —protestó, cariñosa, Silvia.

 

—¡Una revelación con tus creencias!, suena raro, abuelo —remató su nieto.

 

—No es tan raro. Se trata de una vivencia estética concentrada en un instante. Todos podemos tenerla. Vi con claridad a qué quería dedicar mi vida. Tenía veinte años. Me cambié el nombre. Edmundus. Edmundus Delmundo. Mis dos nombres me recordaban mi propósito. Edmundus: el que defiende su tierra. Delmundo: el constructor de un pozo, el creador de un “mundo”.

 

Hubo un breve lapso de ensimismamiento, para hacerse cargo de esta confesión. Pero el capitán, que había estudiado en su carrera los distintos ritmos de interlocución, rompe el silencio:

 

—En la prensa internacional está teniendo mucha incidencia, mucho más de lo previsto, la confusión Adolph-Joseph.

 

—No podéis imaginar la importancia que se le ha dado en las revistas especializadas —aclara el abuelo, retomando una pose de relajada preocupación. Aquí se extendió durante un tiempo en detalles sobre el tipo de escuelas y de hipótesis metodológicas opuestas, de las que ambos tenían ya noticia por otras conversaciones… y finalmente concluye—: Las escuelas psiquiátricas adversas a mi metodología aprovechan para cebarse en lo que llaman «el fracaso del método del Pozo Delmundo».

 

—Sí, yo también lo he oído… —interviene ella, mientras con el gesto aclara que quiere enterarse en todo su detalle.

 

—Dan por hecho que ha sido Joseph el autor del atentado y de las innumerables muertes... Esta conducta pone en entredicho todas mis teorías sobre su curación. No es solo el caso concreto “Joseph” lo que puede llamar la atención, sino que toda la teoría se derrumbaría desde este fallo…

 

—A pesar de mi informe oficial, cuyas conclusiones han sido divulgadas —replica el capitán—. Siguiendo las consecuencias de mis pesquisas, es Adolph el cerebro y la orden de búsqueda se ha ejecutado sobre él y Slobo Cravec. Joseph, un misterio por ahora... ¡desaparecido! Y es muy posible que esté muerto… Abuelo, sé que tus enemigos políticos aprovecharán ahora para alejarte de tus puestos de influencia… a no ser que encontremos pronto a Adolph.

 

—¿Es verdad que se te ha abierto un expediente para bajar tu level de 100 a 99? —plantea Silvia, mientras con el gesto le transmite a su hermano: «tienes que acelerar la búsqueda al máximo».

 

—Sí, y creo que van a conseguirlo… al menos durante un tiempo.

 

—Si Adolph continuara moviéndose, lo atraparíamos enseguida —dice el policía con énfasis y con rabia—. Pero es muy probable que, con el nuevo panorama, sabiendo que los tres nos hemos librado de la muerte, él, decida atacar durante un tiempo con el silencio. Conocemos que tiene un altísimo índice de inteligencia y tratará de hacer todo el daño que pueda. No va a precipitarse… ¡ojalá lo hiciera!

 

—¿Cuándo podrías perder el puesto de consejero de Los Cien de Balance?

 

—Si no se encuentra una prueba incontrovertible, sería cuestión de una o dos semanas. Sabéis que no me importa por mí mismo, sino porque la oposición que aspira a gobernar utiliza esto como una estratagema, a sabiendas de que miente. Hace tiempo que me he retirado del gobierno directo; si he aceptado ser consejero es porque me permite velar mejor por todo este modelo social que aún está madurando… en un equilibrio inestable muy delicado…

 

—¿Hay posibilidades de que Adolph sea un mercenario a sueldo de la oposición? —inquiere Silvia, con ingenua preocupación.

 

—¡Lo veremos!, esa es una vía que tenemos abierta en la investigación… aunque el secreto de las actuaciones no me permite decir más por el momento.

 

—Pero… realmente… ¿qué sentido tiene todo esto?, quiero decir: ¿por qué se han permutado calculadamente las historias de Joseph y Adolph? Porque basar tu descrédito en algo que podrá demostrarse... ¿por qué recurrir a un artificio que resultará fallido?,  ¿no? —plantea ella, empeñada en encontrar la clave de todo el asunto.

 

—Joseph y Adolph son gemelos idénticos somáticamente y conllevaron una parte de sus patologías psíquicas, pero con el tiempo llegaron a ser dos personas totalmente distintas. Eso solo lo sé yo con exactitud —declara el abuelo—. Los periodistas, partiendo de sus similitudes evidentes, tenderán a verlos como muy iguales… Lo que creo es que se quiere sembrar dudas... enturbiar la opinión pública… partiendo de esa enmarañada identidad.

 

Yóbrek, que cree que ha visto un hilo que merece la pena seguir, pregunta, poniéndose en pie y deteniendo con el gesto cualquier otra intervención:

 

—Abuelo,  ¿por qué dices que han llegado a ser dos personas distintas?

 

—Bien, hay muchas razones, pero una de ellas está en el origen… Cada uno de los hermanos ha desarrollado una sexualidad totalmente diferente.

 

—¡Explícate! —ruegan al unísono ambos.

 

—Me llevará algún tiempo, si queréis ver el encaje…

 

Los dos se miraron. Eran las seis y media. Yóbrek telefoneó a Constanza y le dijo que no cenarían juntos; antes de que le diera tiempo a decirle cómo la compensaría, Constanza colgó sin contestar. Él ya sabía… Silvia telefoneó a Rómulo, con quien había quedado a las ocho. Rómulo era muy bueno con el procesamiento de datos y le echaba en ocasiones una mano con algunos capítulos de su tesis. Lo dejarían para el día siguiente.

 

—¿Un té? —Propuso Yóbrek, como si inaugurara el nuevo acto. Todos asintieron.

 

Mientras el abuelo añadía limón absortamente en la taza de té, comenzó a hablar:

 

—Hay una interesante teoría que estoy desarrollando: diferencia entre “cuerpo externo” y “cuerpo interno”.

 

—Claro, sí, ya nos has hablado algo… esa distinción la has tomado de unos estudios que arrancan de siglos pasados… —se apresura a matizar ella, mientras que su hermano demuestra estar también al tanto. Los tres comparten algunos conocimientos filosóficos.

 

—Eso es, la conecto con ciertos estudios fenomenológicos del siglo XXI y posteriores.

 

—¿Entonces… esos “dos cuerpos”? —el capitán intenta despejar los detalles y prolegómenos que amenazan con atascar…

 

—Entonces, Yóbrek… lo que interesa es que vemos, olemos, digerimos, calculamos y nos desplazamos con el cuerpo externo; pero, como si fuera el otro polo de un campo magnético, el cuerpo interno, conectado al cuerpo externo y al mismo tiempo con su régimen autónomo, lleva a cabo una vida en muchísimos más estratos que los cuatro en que se halla el cuerpo externo. Vivimos aparentemente en tres dimensiones, más el tiempo del reloj; pero hay muchas más… y están en el cuerpo interno. Para empezar hay muchos tipos de tiempo. Uno muy conocido, entre algún otro, es el “pasado recreado” a través de un olor, por ejemplo, pero además… —El abuelo se extendió con detalle y sin temor a utilizar una terminología especializada, sabiendo que sus dos nietos preferidos podían seguirle perfectamente, y habló del intrincado entramado que estaba desarrollando sobre el cuerpo interno…

 

—Eso, entonces… —intervino Silvia, para corroborar que estaban extrayendo las consecuencias correctas y para alentar al abuelo a seguir más lejos— quiere decir que el sexo es algo propio del cuerpo externo y que en paralelo hay una sexualidad, con sus emociones, pasiones, nexos y transferencias… que depende en una buena medida de lo que sucede en el cuerpo interno, funcionando con leyes conectadas al mundo exterior pero también independientes… ¿es así? —Bien se veía que había entrenado su mente a pensar para una tesis doctoral.

 

Al tiempo que el abuelo asiente, su nieto intenta conectar esta conclusión con los casos de Joseph y Adolph:

 

—No solo Joseph y Adolph han desarrollado comportamientos sexuales diferentes sino que poseen una sexualidad en su cuerpo interno que les hace radicalmente diferentes. Y, a la vez, esta última diferencia va unida a los modos de agresividad y violencia de que son capaces cada cual, ¿es esto?

 

—Totalmente —afirma sin ambages el abuelo— Hay un mapa interior, muy inestable y muy dinámico, es verdad, pero también con sus regularidades, y a través de él puede inspeccionarse el alma de los violadores, de los maltratadores, de los celosos… y el de los amantes, de los enamorados, de los amigos. Y no es que no haya cruces y superposiciones… pero también hay simetrías y correspondencias muy claras entre ciertos lugares del mapa interior y ciertas conductas…

 

—¿Y…? —empuja Yóbrek al abuelo, para que no lo dé por zanjado.

 

—Y conozco muy bien el mapa interior de Joseph… conozco su sexualidad… y sé que preferiría morir a convertirse en un asesino. Solo la defensa propia le llevaría a matar… y en el hipotético caso de que hubiera sufrido una regresión patológica, no se hubiera dado del modo que hemos visto, tal como los hechos demuestran que se ha actuado, porque… —el abuelo se extendió un rato en la conexión entre el modus operandi de los atentados de la clínica y del castillo y la personalidad de Joseph… para concluir que: — si Joseph hubiera recaído en alguna de las cuatro patologías, o en todas, la ludopatía obsesiva compulsiva y la claustrofobia no hubiera podido ocultarlas a los informes de la prisión, y la personalidad esquiva aguda destructiva solo puede hundir sus raíces en la infancia o en la adolescencia, pero en su caso se le extirpó totalmente y la posibilidad de una recidiva, altísimamente improbable, únicamente es factible en paralelo con otros síntomas que necesariamente conocería por los informes que me llegan regularmente… La patología más peligrosa, la axiología invertida profunda, la más ladina y violenta, podría ser la causa de todo lo que ha sucedido, en teoría, en esto insisten mis detractores, pero…

 

—¿Pero? —se oyeron ambas voces orquestadas.

 

—La axiología invertida aparece cuando se extrae habitualmente placer causando daño... y cuando este sentimiento pasa a organizar el conjunto de los afectos, de tal manera que lo malo llega a manifestarse a la conciencia como si fuera bueno. Pero cuando la axiología invertida es además “profunda”, se desarrollan unas geometrías en las que se vuelve muy equívoco diferenciar lo bueno de lo malo, porque aparece una alambicada ingeniería que con trozos de bondad construye un fin perverso y con trozos de maldad, presentados como limitaciones, se anuncia un objetivo bueno, pero solo en apariencia. Un invertido axiológico profundo puede engañarnos con mucha facilidad, porque es capaz de obrar bien durante mucho tiempo, conectando todos sus actos con vistas a un oscuro destino…

 

—¡Ya!, ¡Ya! — dijeron a coro, tratando de captar bien la diferencia.

 

—Y en la axiología invertida profunda —remató el filósofo— una de las primeras consecuencias se ejerce sobre la sexualidad…

 

—He ahí el nudo gordiano, ya veo… —reflexiona en alto su nieto.

 

—Quieres decir, abuelo, —tercia Silvia—, que si en la axiología invertida profunda lo bueno se convierte en malo y al revés, la conducta sexual de Joseph habría dejado rastros anómalos, ¿es eso?

 

—Sí, sois muy buenos discípulos…

 

—Pero ¿cómo puedes estar seguro de que la sexualidad de Joseph no sufrió alteraciones aberrantes o algo similar?

 

—Lo sé, porque con su permiso, he podido leer las cartas que se han cruzado todavía muy recientemente él y su novia; y estoy al tanto de los encuentros que han tenido. —Los dos reaccionan atónitos, ante esta sorpresiva revelación—. Ya lo sé, un invertido axiológico podría engañar a través de una correspondencia que sabe que va a ser leída… pero…

 

—¿Es que hay más? —inquiere asombrada su nieta.

 

—Sí, y volvemos al cuerpo interno. Es imposible que la inversión axiológica y la conducta sexual patológica no deje resonancias en la estética del cuerpo interno. También en la estética del cuerpo externo, aunque esta puede ser disfrazada, pero aquella no.

 

—¿Es que conoces la estética del cuerpo interno de Joseph? —no puede reprimir preguntar su nieto.

 

—Y, por cierto, ¿qué quiere decir “estética del cuerpo”, sea del externo o del interno? No entiendo nada —se sincera la nieta.

 

—No seas modesta, Silvia, sí entiendes, —la reprende cariñosamente el abuelo—; lo que sucede es que deseas entender mejor.

 

—Explícamelo bien y veremos…

 

—La “estética del cuerpo” se refiere al modo cómo procesa el cuerpo todo lo que sentimos: no solo de las sensaciones sino también de los sentimientos. Se trata del procesamiento, pero sobre todo de sus cristalizaciones. Sin “estética” no hay vida corpórea ni anímica estable. El sentido profundo de nuestra vida se enraíza ahí. Sin esta estética todo sería un caos, un sinsentido; o pura actividad cuántica. Aquí nacen los equilibrios y desequilibrios, las patologías, las proporciones, todos los esquemas con sentido… nace también el sentido estético de lo bello, el agrado, los afectos, el bien y el mal… y hasta los sentimientos religiosos… Alguien puede engañar sobre su “estética externa”, que a un ojo avezado no confundirá tan fácilmente, pero es imposible falsear la “estética interior”… —El abuelo se detuvo a explicar con detalle por qué es imposible esto, para evitar que en última instancia el argumento se apoyara en la fe depositada en sus conocimientos. Cuando quedó bien patente esta explicación, ambos asintieron rítmica, reiterada y concentradamente. El abuelo comprobó que se había hecho entender y añadió—: Pronto podréis estudiar todo esto por escrito, si llega a enlazar con vuestras investigaciones…

 

—En cuanto puedas, abuelo, pásamelo a mi carnet —rogó Yóbrek.

 

—A mí primero, ¡las mujeres primero! —bromeó Silvia, mientras sonreía con ternura y sorna a su hermano.

 

—Pero… —continuó él, mientras le devolvía la broma con un gesto a su hermana—. ¿Qué dato concreto posees sobre la estética interior de Joseph que le incapacita para ser un asesino o un violador?

 

—Son muchos. Con estos bastarán, por ahora: uno muy superficial es que continuaba con el mismo peinado y con el mismo tipo de indumentaria, lo que indica que hay continuidad estética externa, y también interna correlacionada. Uno más profundo e imposible de falsificar: habla y escribe de forma idéntica, y no me refiero a las ideas, que son fácilmente manipulables, sino al estilo profundo en la forma de pensar, cuando habla y escribe. En esto se trata, insisto, del “estilo”. Y, además, la grafología, que tiene valor aproximativo, viene a corroborar todo esto. Y para no alargarme, por último, he estado viendo algunas grabaciones de la prisión y he estudiado minuciosamente el lenguaje de los gestos de Joseph, y cualquiera que estudie estos datos llegará a la misma conclusión que yo: no es posible que haya habido una transformación de su persona… Hay mucho más, pero habría que entrar en tecnicismos…

 

—Pero… ¿cómo afecta todo esto a Adolph? Yo sé, como policía, por las pistas que he seguido e interpretado, que Adolph es el cerebro y el responsable de los atentados. Sé lo que ha hecho su cuerpo externo, pero nada sé de su cuerpo interno. ¿Sabes, tú, abuelo, algo?

 

—Sé dos cosas fundamentalmente. A través de la curación de Joseph, llegué a conocer indirectamente muchos datos sobre la infancia y juventud de Adolph… pero entrar en esto requeriría otros análisis… en conclusión, ambos hermanos comenzaron sus patologías por contagio recíproco y a edades muy tempranas, pero fue Adolph quien arrastró a Joseph a los estratos más profundos…

 

—¿Y cuál es la segunda? —le animó a seguir en la aclaración ella.

 

—La segunda es que en el análisis de los gestos, he podido ver también las imágenes de Adolph… Y el estudio es concluyente: se trata de un invertido axiológico muy profundo y muy peligroso, con megalomanía.

 

—¿Qué tal funciona la sexualidad de Adolph? —aprovecha para saber el policía.

 

—Si os lo relatara, entraríamos en un refinado laberinto tenebroso… No se trata solo de una sexualidad vulgarizada, mecanizada o bárbara… porque puede mantener a voluntad todas sus delicadezas… pero es intensamente sádica y teloegoica —Ambos nietos hicieron ademán de dejarlo para otro día, adivinando, por la expresión que el abuelo estaba poniendo, que eso llevaría mucho tiempo.

 

—Solo una cosa, abuelo, ¿qué es teloegoica? —pregunta sin complejos Silvia.

 

—En este caso, quiere decir que su sexualidad solo busca la propia complacencia, la de su ego aislado... los demás son puros objetos de su lascivia.

 

—¿No bastaría con decir “egoísta”? —replica ella.

 

—El egoísmo se refiere a actos ejecutados por el cuerpo externo, en una tensión de egos en lucha, mientras que lo teloegoico tiene que ver con una especie de cortocircuito instalado en el cuerpo interno —aclara el psiquiatra.

 

—¡Vamos, que es absolutamente insensible a lo que sienten los demás!… —propone su nieto.

 

—Si exceptuamos que el sufrimiento ajeno le estimula, entonces, sí… esa sería una buena fórmula —completa el abuelo.

 

—¿Tendría cura Adolph? —reta el capitán.

 

—Por supuesto. En un año, lo tendríamos curado —dice esto el abuelo, mientras expresa sin palabras que no le gusta ser categórico sin explicarse… pero teme que la conversación se sature… Sus dos nietos están bien compenetrados con él y asienten.

 

Y como volviendo a la simplicidad de la vida, Silvia, que desde su silla de ruedas es la que muestra más cansancio en el semblante, mucho más comprimidos sus movimientos corpóreos, reflexiona en voz alta, mientras que señala que es hora de recoger velas:

 

—¿Por qué es tan importante la sexualidad?

 

—Dímelo a mí…, —concede Yóbrek—, Cristina, Marta, Carmen, Joan… y ahora Constanza, que no sé lo que me durará. ¿Abuelo, tendré yo también alguna patología? —el abuelo sonrió:

 

—Todos tenemos disfunciones… porque es muy difícil orquestar siempre bien la exquisita sensibilidad de dos sujetos con fines divergentes, pero las patologías son otra cosa muy distinta…

 

—¿Como si fuera una orquesta que pretendiera tocar con quejidos, con eructos, a pedradas y encerrados en un ascensor? —propone con su vena cómica la traviesa nieta.

 

—Me gusta esa metáfora. ¡Cuántas veces el humor es un camino directo a la verdad! —asiente el abuelo— Yo añadiría a esa metáfora solo esto: “con el fin de hacer daño”. La venganza, la debilidad, la envidia, la vanidad, la posesión obsesiva, el odio… —hijas de la mala ambición, pensó sin decirlo, temiendo ser prolijo— son componentes de este tipo de patologías sexuales.

 

—Abuelo, ¿Y tú, cómo llevas tu vida sexual? —pregunta sin ambages ella mientras es consciente de que la discreción no es una de sus mejores cualidades.

 

—Pues… como puedo… Juego al ajedrez de vez en cuando con Heloise. Y en sus largas temporadas ausentes, a veces juego también con Paula. El ajedrez y una cena bien dispuesta se ve que nos estimula… y así vamos tirando… muchas veces es muy placentero… pero lo más importante es la intensa comunicación, lo que los cuerpos pueden llegar a comunicarse sin que nosotros nos enteremos del todo… ¡Me entendía muy bien con Rosmunde!, vuestra abuela, pero de eso hace ya veinticinco años!

 

—¡Cuánto nos parecemos!, yo no juego al ajedrez, pero los engatuso para que me echen una mano. Rómulo es un encanto y además cocina mucho mejor que yo. Él no es el exclusivo ni el definitivo, claro. ¡Sin parejas estables!, hasta que aparezca uno que lo llene todo… si es que existe…

 

—Curiosamente, hay tres tipos de fidelidades. Las que se basan en algún tipo de dominación: en ellas hay o bien un sujeto débil o uno patológico, aunque sea una patología leve. En segundo lugar, las que se basan en algún tipo de encantamiento recíproco: si dos personas quedan hechizadas la una de la otra no deben desaprovecharlo, es una fuente de intercambios estéticos sin igual…

 

—¿Y el tercer tipo? —pregunta el nieto mientras empieza a manipular su carnet.

 

—El tercer tipo es la inercia y la costumbre… Los hábitos son una fuente segura de placeres estéticos…  si tienen un pasado noble, prosiguen en su nobleza; y si el pasado es tormentoso, sirve para que se desarrollen las manías, las obsesiones y las ruindades… ¡Claro, lo más habitual son los casos mixtos… con lo que el análisis se complica!

 

—Abuelo —pregunta ella mientras se desplaza en su silla embocando la salida— ¿la masturbación no podría llegar a ser la salvación de nuestra conflictiva especie?

 

—Sí, claro, coordinado con un buen banco de esperma y de óvulos… —aclara con humor el abuelo, para retomar inevitablemente la seriedad del asunto—: Pero sería como quitarle a una guitarra cinco de sus seis cuerdas o como comer a base de pan y agua. —Y como si no hubiera quedado demasiado claro, el abuelo se siente impulsado a rematar su explicación con una frase más técnica—: ¡Se reduce mucho la densidad y el equilibrio estético!

 

Salieron los tres al exterior en una clara noche estrellada de invierno. El paisaje que se veía ahora era muy distinto de la panorámica diurna.

 

 —Fijaos —observó Silvia—, Astur parece una gran ola luminosa que se encrespara entrando muchos kilómetros hacia tierra. Primero las tenues lucecitas que iluminan la franja arbórea…

 

—Luego, esa iluminación característica de los edificios de cuatro alturas, con el trazado regular de sus calles, allá, hasta Contrueces, Roces y La Calzada —prosiguió en la descripción su hermano— Desde allí remonta con fuerza la ola hacia los edificios de veinte alturas que se pierden en el horizonte.

 

—Y como enhiestos chorros de luz, aquí y allá, sobresalen las series de ochenta pisos de altura —remató el abuelo la faena.

 

La descripción era muy real. Todos asintieron: la postal luminosa que se veía podía compararse con una inmensa ola caprichosa que todo lo envolvía embelleciendo con diversas intensidades lumínicas un panorama que en movimiento avanzaba creciendo en alturas.

 

La arquitectura que se había ido imponiendo en el último siglo en Astur, debido en gran medida a la influencia del filósofo, uno de Los Cien consejeros de la UNWB, era la babilónica: concentraciones cuadrangulares, combinación proporcional de espacios edificados y zonas vegetales, alturas distanciadas y racionalizadas.

 

A lo largo de las calles, las avenidas y las plazas se teje una red de pequeños tranvías silenciosos, con paradas cada cincuenta metros. En paralelo, el carril para los bólidos terrestres, que mantenían su velocidad gracias a los cruces subterráneos y a las paradas laterales de aparcamiento. Los peatones y el resto de los transportes de velocidad más lenta se reparten ordenadamente el resto de las vías. Una red subterránea, que afloraba aquí y allá, unía toda la urbe en sus distintos distritos con trenes ultraligeros, los antiguos metropolitanos. Para distancias interurbanas, los aviones ultrasónicos de gran capacidad o los bólidos aéreos de dos, cuatro o diez personas. Para volar en estos solo podía hacerse por razones de trabajo o con permiso especial, surcando los aires por las rutas establecidas.

 

Era hora de regresar a casa. La nieta de Delmundo, limitada de movimientos, daba ya alguna muestra de agotamiento.

 

16

 

Silvia seguía con su vida habitual, como si tal cosa, a la espera de volver a poder caminar…

 

Dos de los treinta y un pares de nervios de su médula espinal estaban dañados. Reparar esta lesión no era difícil. Lo fácil era arrastrar secuelas o tener que someterse a múltiples operaciones para afinar el resultado óptimo. El doctor Delmundo paralizó la primera intervención prevista… no tenía plena confianza. Quería llevar él mismo las decisiones médicas en todos sus detalles. Estaba esperando recibir la autorización oficial para figurar como cirujano jefe del caso de su nieta.

 

Ella esperaba pacientemente, enfrascada en el estudio de múltiples documentos para su tesis. Su carnet sonó con la llamada del abuelo:

 

—Pequeña, parece que alguien quiere mi cabeza. Me han inhabilitado como cirujano… solo puedo ejercer, por el momento, como psiquiatra. Saben que tengo la experiencia precisa y sobrados conocimientos, pero… Es por “el caso Joseph”, y por lo que llaman ahora un uso inadecuado del Pozo curativo. Quieren cerrármelo. Y lo que más me duele en este caso: ¡no me permiten intervenir en tu operación!

 

—Abuelo, no te preocupes, seguro que saldrá bien de todos modos, ¿qué podría pasarme?

 

—Que cojearas toda tu vida.

 

—Habría otras operaciones.

 

—¿Cuántas? —El doctor Delmundo dejó pasar dos segundos y añadió—: Dame un día. Hoy te llamarán para el ingreso; alega sufrir indisposición, y así se retrasará al menos dos días. ¡Confía en mí!

 

—De acuerdo, abuelo. Pero ten mucho cuidado. Sé prudente. —El abuelo sonrió al otro lado de la línea y colgó.

 

 

 

En Bonaire, a cuatro meridianos de distancia, Adolph ya ha conseguido formar su primer batallón. Entrará en acción pronto. Hombres de su misma complexión y apariencia, y sometidos a una fina quirurgia, tienen como misión en adelante hacerse pasar por Adolph... ¡En realidad, hacerse pasar por Joseph! «Los que quieran encontrarme se hartarán de tropezarse conmigo».

 

 

 

Silvia vivía en primera línea de playa, en la calle Corrida, frente a la ancha arboleda que recorría todo el paseo marítimo. Era el cuarto, un ático, desde donde se veía el mar; abajo, las copas de los árboles: jacarandas, olmos, laureles, abedules, nogales, eucaliptus, alcornoques y sauces. Bonsáis gigantes pero que no superaban cierta altura, crecían muy lentamente y eran ideales para dar sombra sin quitar excesiva visión en los paseos marítimos. Combinados adecuadamente, los de hoja caduca con los perennes formaban un conjunto que evolucionaba a lo largo del año con distintas densidades y una gran gama de tonalidades y olores. Su apartamento era un gran capricho que no había querido prohibirse, su coste era el triple que cualquier otro más alejado del mar, pero estaba segura de querer invertir esa gran cantidad de dinero en alimentar sus sentidos con el olor a salitre y todos los aromas arbóreos, con aquellos trinos de pájaros y con aquellas estampas de colores, formas y luces.

 

Cocina de diez m², baño de ocho, dormitorio de catorce junto a un vestidor de seis m², habitación accesoria de doce, salón de veinticuatro desde donde se accede a una terraza al aire libre de cuarenta m². Había además un cuarto de seis m² donde se alojaba el robot-ménage, la última generación que hacía limpieza general y a fondo en un par de horas; a su lado, el robot-guardaespaldas, un regalo del abuelo, por si las moscas, a pesar de que ella dominaba varias artes marciales. En el vestidor colgaban visiblemente unas vestimentas del siglo XXI que ella misma se había confeccionado. El salón hace las veces de estudio-biblioteca. Casi nadie posee ya libros en papel; se consiguen todos con el carnet en una reproducción realista y muy manejable en el espacio virtual. Pero la nieta había heredado esta afición de coleccionista del abuelo. Sus estantes contenían poco más del millar de ejemplares, una ínfima parte comparada con la alejandrina biblioteca del filósofo. Yóbrek también compartía esta afición bibliófila.

 

Después de una intensa hora de gimnasia, ¡cómo echaba de menos ahora correr!, tomaba una ducha y a continuación un completo desayuno, que prefería hacérselo ella misma, aunque resultara algo más barato encargarlo al robot-restaurante. Pero un café con leche con aromas auténticos, un zumo recién exprimido, unos panecillos calientes, varios sabores de mermeladas, trozos de fruta variados, frutos secos exóticos, aceite de oliva y una rica miel adornándolo todo no se encontraba fácilmente en los menús estandarizados.

 

Las mañanas transcurrían, entre las nueve y las dos y media, sumida en un concentrado estudio y en la redacción de su tesis. Historia era su tercera especialización; primero había hecho Psicología, junto con su hermano; después mientras que él se especializaba en criminología y patología psiquiátrica e ingresaba en la policía de la UNWB, tras la oposición requerida, ella había optado por las ciencias sociológicas y antropológicas. Era su cuarto año en la especialidad de historia contemporánea y había decidido hacer su tesis. Seguramente pararía aquí, no era cuestión de tratar de seguir el currículo del abuelo, con diez carreras y diez doctorados. Algunos días a la semana subía a la clínica; ayudaba en las tareas adjuntas de la consulta número 30, la de su abuelo, y cobraba un pequeño estipendio; pero desde hacía dos meses habían acordado que hasta que no entregara su tesis, sus visitas serían exclusivamente para comer juntos; al principio, esos días solía trabajar en la biblioteca de la clínica, pero ahora estaba en plena reconstrucción. Las tardes eran el tiempo de las relaciones sociales y de las múltiples actividades… aunque hasta que pusiera punto final a su tesis, también trabajaba toda la tarde, tras un breve descanso a mediodía. Llevaba muchas semanas en las que solo visionaba los noticiarios de las tres; las películas, los shows y las actividades virtuales en las que el espectador interactuaba con la historia emitida, habían dejado de interesarle, tragaban demasiado tiempo. Solo cuando venía Rómulo se permitía relajarse a partir de las nueve con una romántica cena en la terraza climatizada que casi siempre acababa en unas apasionantes escenas eróticas. Estaba dotada de un eros exultante, capaz de agotar a muchos viriles y engreídos jóvenes con priapismo.

 

La consulta del carnet de Silvia daba los siguientes datos iniciales: «Astur, 2416, mujer, mestiza 6c, 1,92 metros, level 75». Pero esta ficha nada decía de todas las maravillas de las que podía disfrutar Rómulo. Poseía una extrema belleza, más oculta que al descubierto. Las proporciones justas, las curvas como dibujadas por un artista, los contornos ideales, los senos abultados en su sazón, las piernas con el volumen exacto, las manos gráciles, el rostro expresivo, los ojos profundos e iluminados rasgados con un toque asiático, las facciones canónicas, la piel tostada, brillante y tersa, y la cabellera, recortada en el entorno del cuello por debajo de los lóbulos de las orejas, era de un color indescriptible fruto de razas distintas, las de una abuela albina y otra prácticamente negra, junto con las morenas, rubias y colores castaño del abanico racial de sus ancestros. La cabellera contenía tonos plateados, dorados y rojizos muy mezclados, con vetas oscuras y con castaños diluidos… en su conjunto recordaba el color de una piña, con tonos brillantes. Yóbrek, con el pelo bastante rapado, lucía las mismas tonalidades. Habían desarrollado, sin duda, el nuevo gen del pelo mixto, todavía bastante raro.

 

Silvia, físicamente perfecta, vestida no llamaba tanto la atención como Constanza, pero desnudándolas a ambas, ganaba con ventaja la nieta de Delmundo por el conjunto, por la coordinación y por la gracia. Cierto exotismo de curvas exageradas, el contoneo y la provocación eran artes en las que Constanza aventajaba a la hermana de su novio, ¿quién lo dudaba?

 

Sin embargo, el primor físico de la nieta del doctor Delmundo quedaba ensombrecido por su personalidad. Cuando se la conocía de veras, cuando se la oía hablar, gesticular, moverse y actuar, su personaje era de un encanto embrujador, electrizante y envolvente. Tenía, así y todo, varios defectos: despreciaba en exceso los peligros reales y era demasiado sincera…

 

17

 

El doctor Delmundo esperaba ver aparecer de un momento a otro a su colega. El cirujano jefe del distrito de Gijón había sido alumno suyo y su tesis sobre las lesiones medulares había sido dirigida por el propio Edmundus. A la hora convenida, su figura se perfiló cien metros más allá en aquel recinto climatizado del botánico. A unos metros, aumentó la zancada, estiró el brazo, abrió la mano y sonrió con afecto:

 

—¿Qué tal, querido profesor?, ¡Cuánto me alegro de verle!, ¡de verle vivo, sobre todo!, —dijo en tono sincero el doctor Asclepio, mientras tomaba la mano de Delmundo en un gesto de semiabrazo.

 

—Yo también me alegro de verte, de ver a uno de mis alumnos más aventajados… Disponemos tan solo de una hora. Tenemos que ir al grano.

 

—Ya sé, me han encargado el caso de Silvia…

 

—Confío en ti tanto como en mí, pero, debes perdonarme, me afecta un síndrome de abuelo medroso, el de “querer verlo yo con mis propios ojos” —dijo el viejo en un tono de sarcasmo hacia su persona—. No estaré tranquilo si no soy yo quien toma las últimas decisiones…

 

—Pero sabe que he recibido estrictas instrucciones en contra. Vea: «El doctor Delmundo no puede intervenir».

 

—No te comprometería si no lo hubiera pensado bien. No voy a intervenir materialmente, pero sí amistosamente. Y eso solo lo sabremos tú y yo.

 

—Pero qué pasa con el código deontológico y con las represalias que se seguirán para ambos si se descubre.

 

—Nada se sabrá, en principio, no tiene por qué…. Además, no vamos a saltarnos ninguna norma; estoy muy lejos de ello. Lo que haremos será interpretarlas en su justa medida. Una norma siempre puede ser perfeccionada.

 

—Le escucho, profesor.

 

—Todo reside en que conozcas los datos que tengo, en que te convenzan y los hagas tuyos. ¿Dónde piensas practicarle a Silvia la extracción de células?

 

—En el lóbulo olfatorio, sabe que es el idóneo para este tipo de regeneraciones.

 

—Sí, pero en qué sección concreta.

 

—En el que corresponde a los treinta años que tiene su nieta. Es obvio, ¿por qué lo pregunta?

 

—Porque la incisión ha de hacerse en la sección de los diez años. De otro modo, la recuperación no sería al cien por cien.

 

—No comprendo, qué se propone, en qué se basa.

 

—Ha heredado de mí el gen longevo. Ella no lo sabe todavía. Esto quiere decir que si fisiológicamente tiene treinta le corresponde una edad biológica de diez años.

 

—Pero sobre todo esto no hay estudios publicados ni confirmados… ¿cómo puede estar seguro?

 

—Te pasaré mis estudios en el acto —mientras hablaba actuaba sobre su carnet para enviarle las investigaciones que había realizado sobre el gen longevo en los últimos años—. Si te parece que son concluyentes, ahí es donde entra la amistad. No tienes más que aplicar el mejor criterio disponible dentro de tu código deontológico. Si has de hacer lo mejor para la paciente… entonces…

 

—No veo ningún inconveniente médico, si en efecto esos hallazgos son tan claros. Únicamente escrúpulos formales, porque pueda darse a entender que existe amiguismo. La oposición política sabría cómo sacarle partido a esto, y denigrarnos a usted y a mí. ¿Pero por qué no hace público todo esto? ¿Y por qué su nieta no lo sabe aún?

 

—Los estudios podría hacerlos públicos mañana, si fuera necesario. Pero ya conoces el acartonamiento de las instituciones oficiales: todo rigidez y parsimonia formal. Tardaría más de un año… Hay mil riendas preventivas, fruto de intereses mezquinos, cuyo ánimo es frenar procesos… y esto, a su vez, es muy difícil de demostrar… —permaneció pensativo unos segundos mientras rememoraba viejos tiempos de su actividad política—. Y mi nieta… mi nieta no ha de saberlo hasta que finalice su tesis. Después de todo, esta prueba no se hace hasta los treinta y cinco años y yo me he enterado por azar… haciendo otras pruebas. Creo que tengo derecho a elegir el momento óptimo para dar esta noticia… ya sabes que quienes poseen el gen pasan el síndrome de la “hiperactividad compulsiva” entre uno y tres años, fruto de un optimismo extremo al conocer esta novedad tan radical para sus vidas; lo que significa la pérdida de gran parte de este tiempo… la acción excesiva e incontrolada… la falta de ejecución acertada… hacer mucho y no acabar nada… Dar esta noticia equivale a administrar un medicamento. Hay un momento ideal para todo, los griegos lo llamaban kairós.

 

—Bien, profesor. Leeré con detenimiento esas investigaciones. Le responderé cuanto antes. Si al final lo hacemos a su manera, y llegara a saberse de esta influencia, peligrosa por la causa que le están instruyendo, ya sabríamos cómo defendernos. No se puede vivir en un continuo miedo a las propias normas… —Mientras se ponía de pie y le estiraba la mano cálida en señal de despedida, concluyó—: Tiene usted razón —y recitó—: «No se hizo el hombre para la norma sino la norma para el hombre».

 

—Me siento orgulloso de tenerte no solo como discípulo sino también como amigo. —Dejó pasar una pausa, para cambiar a otro plano pragmático—: No hagas nada, Asclepio, de lo que no estés tú mismo seguro… a mí no me hagas caso —añadió en un tono mitad en serio mitad en broma, muy característico suyo. Quienes habían sido alumnos suyos conocían bien esta faceta.

 

Al día siguiente, Asclepio felicitaba radiante a su maestro por aquellos hallazgos que se demostraban en su investigación. Iban mucho más allá de lo que había supuesto en principio. El profesor no dejaba de sorprenderle. «Por supuesto que se haría la incisión en los diez años… Hacerlo de otro modo sería contravenir todo el código deontológico…».

 

El abuelo asistió a la intervención en calidad de pariente. Los ojos de Asclepio y de Edmundus mantuvieron a lo largo de la hora de quirófano una fluida comunicación que nadie de los presentes llegó a apreciar.  El profesor le había dado unas instrucciones complementarias en su última conversación telefónica y todo discurrió por el cauce indicado. La operación fue un éxito. Silvia caminaba ya después de una semana y adquirió su gracia habitual y su ritmo alegre en poco más de un mes.

 

Pero un chequeo telefónico al azar, ¿al azar?, de los robot-inspectores había trasvasado aquella conversación telefónica al expediente abierto contra el doctor Edmundus Delmundo. El abuelo ya no tenía el level 100 y se le complicaban más y más las batallas que tenía que librar. Lo que más sintió fue que Asclepio quedara destituido como cirujano jefe del distrito sanitario. Envió aquel mismo día un informe completo de todo lo que había sucedido, exculpando a Asclepio y haciéndose el único responsable. Su amigo había cumplido rigurosamente con el código deontológico. Pero demostrar todo esto llevaría un año, al menos, ese era el problema: «es la incapacidad de frenar los procesos sometidos al formalismo de taimados intereses», pensaba el filósofo.

 

En el momento en que Edmundus enfilaba el camino hacia su clínica, una mañana más, sonó su carnet y descolgó en el acto la llamada:

 

—Profesor, no se preocupe. Sé que está preocupado. Ambos hicimos lo que debíamos. Yo me siento orgulloso… no se pueden escalar cargos a costa de lo que sea… me han frenado la carrera, pero a mí no me han frenado… Gracias por su amistad. Veremos quiénes están moviendo todo esto… —fue la última reflexión que hizo aquella voz, la de un emocionado Asclepio, antes de despedirse.

 

—Estaremos en contacto. Cuídese. No olvidaré... ya sabe... —y ambos colgaron. Su nieta le estaba esperando a la entrada. Eran las 8:57 de una mañana lluviosa y gris. Había venido haciendo footing.

 

 

 

18

 

Aquel era un día de trabajo de oficina para el capitán. Dedicado a ultimar informes. No estaba muy centrado. Las discusiones con Constanza se recrudecían cada día. Algo no iba bien. «Demasiado posesiva y demasiado desconfiada». Debía confesarse a sí mismo que solo sentía una irresistible pasión física… pero su personalidad cada vez le resultaba más la de una extraña. Sus cuerpos internos, como diría el abuelo, no coincidían en lo esencial… Esta misma noche le propondría dejarlo, durante unos meses, en ese tiempo «quizá podrías conocer a otro mejor que yo para ti…», pensaba decirle.

 

Frente a la ría del puerto deportivo de Avilés se situaba la sede central de la policía internacional, que era un cuerpo del ejército. En el último piso, en una de las múltiples VS fijas de aquel largo pasillo podía leerse en la puerta: “Capitán Y. Delmundo”. Un sargento se aproximaba a esta puerta acompañado de una joven mujer. El suboficial llamó con el timbre de la puerta marcando una clave y Yóbrek abrió desde el interior al instante:

 

—Capitán, la señorita Bárbara ya está aquí.

 

—Bien, que entre. Gracias, sargento, puede retirarse.

 

Bárbara era la hermana de Holden Hapostolikos, el guardián asesinado cuyo cadáver había ocupado la cama de Joseph el uno y dos de enero. El capitán debía hacerle un interrogatorio rutinario. Se trataba del único familiar vivo de aquel desgraciado funcionario de prisiones. Los padres de Holden y Bárbara habían fallecido en un terrible atentado. La chica estaba aún estudiando medicina, a sus 22 años, y vivía a cargo de su hermano mayor. Tenía derecho a una indemnización confederada. Esos eran los trámites que Yóbrek había preferido controlar directamente. Entre las condiciones de la chica estaban las de trasladarse a la zona 1 de la Confederación, Europa.

 

—Es usted Bárbara Hapostolikos, ¿no es así?

 

—Así es, cap… pitán, —se oyó tímidamente.

 

Él comprendió que aquella muchacha estaba algo asustada o, quizás, solo aturdida… Por ello cambió el tono y los gestos. Se levantó, sirvió un vaso de agua y se lo acercó sin preguntar. Bárbara estiró el brazo, mientras daba las gracias con los ojos, en el momento en que, involuntariamente, él se fijaba en el seno derecho de la hermana del funcionario fallecido… estaban llenos de vida… Se molestó por estos espontáneos pensamientos, que atribuyó a la castidad a la que le venía obligando Constanza desde hacía varias semanas.

 

—Pero usted y su hermano tienen padres o madres distintos, ¿o me equivoco?

 

—Somos hermanos de padre; la madre de Holden falleció en un accidente de bólido. Nuestro padre volvió a casarse. Mi madre era de Samoa, de piel clara.

 

Resultaba evidente. Holden era un negro casi puro y Bárbara una mezcla absoluta. En ella sobresalían más los rasgos samoanos. Los hermosos gruesos labios africanos quedaban bastante reducidos en su boca que, aun así, seguían manteniendo el sello de aquella misma sensualidad. Su piel era de un moreno muy intenso. Y sus facciones eran más orientales que occidentales. El pelo negro y lacio y los ojos de azabache, brillantes. Los dientes blancos y la mirada limpia. Este era el retrato robot que Yóbrek estaba maquinalmente construyendo, mientras se disponía a continuar…

 

—Bien, ya hemos hablado por teléfono, y ya me ha contado los detalles sobre la vida que acostumbraba a llevar su hermano… no necesito saber más, salvo si tiene algo que añadir. Únicamente es preciso que me cubra este impreso, si hace el favor… —En ese momento le plantó delante, sobre la superficie de la mesa el haz virtual con el impreso en el que tenía que poner las cruces en las casillas correspondientes—. Le dejaré el tiempo que necesite. —Mientras tanto, él, se proyectó a sí mismo otra pantalla virtual a la altura de su posición y rellenó unos apartados sobre el caso Bárbara. Entre la foto que tenía de esta instrucción, tridimensional de muy buena calidad, y el personaje de carne y hueso había una diferencia apreciable; en la foto no se percibían múltiples detalles y matices que ahora tenía a la vista… Ambos acabaron casi a un mismo tiempo. El capitán continuó instruyendo esta causa:

 

—Lo más importante ahora es que fije la residencia. Ahí, Balance le enviará la renta que le corresponde durante tres años, prorrogable en caso de necesidad. ¿Piensa usted buscar trabajo pronto?

 

—Acabaré medicina el año que viene y empezaré las prácticas inmediatamente. Luego, quisiera hacer un doctorado, a media jornada. —Él se quedó mirando interrogativo… finalmente ella reaccionó—: Ah, sí, bueno, me iré a vivir a Roma, allí acabaré medicina.

 

El capitán le explicó con detalle y didácticamente los pormenores de sus derechos, los trámites a realizar y los plazos a tener en cuenta… Finalmente, levantándose, rubricó el expediente y concluyó:

 

—Ya está todo, envíeme la dirección precisa cuando esté en Roma directamente a mi carnet… y poco más habrá que hacer… hasta el informe final dentro de tres años. Encantado de conocerla, Bárbara. —La chica, de pie, le dio la mano, tibia, que permaneció estrechada con aquella cálida mano, de aquel joven hombre de uniforme, y en aquellos segundos de contacto un mensaje recíproco y secreto se transmitió a través de la piel que aún estaba por descifrar.

 

Se sentía responsable de aquella muchacha y había decidido secretamente tutelarla hasta que consiguiera emanciparse. No tenía a nadie en el mundo y debía asegurarse de que llegaría a valerse por sí misma. Estarían en contacto directo, entre sus IC particulares.

 

El policía de Balance pulsó la VS en el canal de noticias estandarizadas y despejó su mente durante unos breves segundos, mientras tomaba el café de las 10:30. La locutora estaba emitiendo uno de los treinta segundos de comunicados oficiales, habituales cada hora:

 

«El carnet de identidad integrado —el IC—  iba ya por la decimoquinta generación: memoria helicoidal, velocidad instantánea, proyección de datos virtuales con recreación realista en tres dimensiones, conexión panóptica...»

 

19

 

La sala 30 de la clínica de La Providencia tiene hoy una lista de espera habitual: primero, un caso de intento de suicidio de una mujer de cincuenta años, —«reincidente»—, y después, otro caso de suicidio de un chico de 16 años —«que no ha asistido a la educación reglada oficial»—. A las diez, una sesión compleja en el Pozo —«si antes no llegaba una orden de precinto judicial de la instalación»— de un neoyorquino con inversión axiológica aguda y agresiva de grado dos. Y a partir de las doce un caso de religiosidad aberrante, dos casos de sexoadicción agresiva y dos de ludopatía autodestructiva —«cinco pacientes para inicio del diagnóstico oficial y comienzo de terapia, tras la adhesión del enfermo», dio instrucciones en voz alta al robot-grabador.

 

Además de este trabajo rutinario, el doctor estaba enfrascado aquellos días en preparar la visita a algunas Paideias y Universitas infantiles, en calidad de consejero de Balance, durante el mes de marzo. Sus datos estadísticos cada vez iban más en la misma dirección: en las zonas planetarias donde estas instituciones educativas no funcionaban, o solo muy relajadamente, aumentaban ostensiblemente los casos de patologías graves de la conducta… No había sino seguir los registros de resultados a diez, veinte… y más años. Era preciso ampliar las reformas e intensificar mejoras…

 

Pero le preocupaba sobremanera, y hasta debía confesarse que le tenía estresado y afectándole al sueño... hacía muchas décadas que no le sucedía, la comparecencia que dentro de una semana debía realizar ante un tribunal… para enjuiciar el caso sobre la denuncia de «el irregular uso del Pozo». Su prestigio personal estaba en cuestión… ya era cada vez más evidente la creciente tergiversación de noticias sobre su trabajo, sus resultados y su persona… alguien, algún grupo, se había organizado muy bien para destruirle… —«Creo saber quiénes son. ¿Habré llegado a tener demasiado poder, como inducen a pensar las noticias?».

 

En el café que tomaba aproximadamente entre las 11:55 y las 12:05, el doctor, también doctor en Historia contemporánea, quedó pensativo mientras que hacía un balance de los cinco últimos siglos, partiendo de la profusión de datos electrónicos a los que se accedía fácilmente. La memoria se retrotraía hasta finales del siglo XX y a partir de ahí había que recurrir a la bibliografía en papel, aunque ya totalmente digitalizada.

 

 «La locura y la delincuencia son los dos grandes males que hay que solucionar en el siglo XXV». La locura actual no es como la que llega al siglo XXI: esquizofrenias, paranoias… todo esto se considera hoy somático y se corrige antes de los dos años… ya no existen los psicóticos de raíz somática… ahora las neurosis no controladas dan lugar a las psicopatías, y la mayor parte de los psicópatas no quieren curarse, porque se sienten más sanos que el resto: las conductas irracionales destructivas, la agresividad, la pérdida del equilibrio propio o la falta de ajuste con el entorno social… «En suma: la discapacidad con los valores». Hubo de interrumpir esta absorta reflexión, cuando dio paso al paciente aquejado de religiosidad aberrante.

 

—Se llama usted Mohamed Jerusa, ¿no es así?

 

—Así es.

 

—Cúbrame, por favor, los datos que tiene en la VS que ahora le presento: Nombre y datos básicos, ocupaciones secundarias, currículo, gustos…

 

El paciente fue cubriendo: «Mohamed Jerusa, Panamá, 2406, varón, mestizo 5c, 2:02 metros, montador de robot, level 25, con máximo de 55». En el resto de las casillas añadió: «Miembro de la unión cristiano-mahometana. Peregrinación a Tierra Santa y a La Meca anualmente. Ejercicios de ayuno y abstinencia regularmente. Purificación somática y espiritual: juramentándose trimestralmente. Actividad política a favor del Normativismo radical teísta. Defensor de la yihad. Estudios de Teología e Historia de las religiones. Doctor. Gustos: el rezo, la meditación, la recitación de la Biblia y El Corán y el proselitismo. Soltero. Sacerdote. Imán».

 

—Sr. Jerusa, ¿por qué ha descendido su level de los 55 a los 25?

 

—He abandonado mi puesto de trabajo… en cuarenta ocasiones… por la oración de las cuatro de la tarde.

 

—Eso explica la pérdida de diez puntos. ¿Y el resto?

 

Mohamed bajó la cabeza y sintió un momento de debilidad y rubor, pero enseguida se repuso y alzando la voz en tono de mistagogo respondió:

 

—He herido gravemente a dos de mis compañeros de trabajo… justamente.

 

—¿Cómo es posible eso?

 

—Por blasfemia.

 

—¡Cuéntemelo!

 

—Fueron intransigentes con mi rezo.

 

—¿Y eso?

 

—Me pusieron en evidencia. Protestaron por tan solo diez minutos.

 

—Entiendo.

 

—¡Usted no lo entiende!, ¡son unos desgraciados!, Dios les condene… Repudian al verdadero Dios… frenan sus designios… impiden mi rezo sagrado… ¡son blasfemos!

 

—¿Por qué dice al “verdadero Dios”?, ¿es que hay falsos dioses?

 

—¡Solo hay un Dios verdadero, los falsos dioses no existen!

 

—¿Le ordenó su Dios “verdadero” lesionar a sus compañeros?

 

—No es solo “mi” Dios, es el Dios de todos y de todo. La penitencia por el pecado está en los designios de Dios.

 

—¿Don Mohamed, está usted enfermo?

 

—Me encuentro perfectamente de salud. Y la Gracia de Dios me acompaña, Alàh sea loado.

 

—¿Por qué ha venido, entonces, usted a consulta?

 

—Porque quieren trasladarme a otro trabajo… Yo me niego… y me han ofrecido a cambio esta terapia…

 

—¿Por qué no trabaja usted en un horario alejado del rezo de las cuatro de la tarde?

 

—Sería negar a Dios en mis actos… indirectamente.

 

—¿Qué pensaría usted si estuviera en el lugar de sus compañeros… si usted no creyera en esos ritos?

 

—Debería pensar que era yo el equivocado…  y ciego, y que quien abandona algo por otra cosa mayor no puede equivocarse sino que estará en el buen camino…

 

—¿Reconoce, usted, señor Jerusa, que las religiones, además de ser una fuente de buena moralidad, han provocado grandes males a lo largo de la historia? ¡Usted es estudioso de la historia de las religiones!

 

—El pecado anida en todas partes, también entre los creyentes, por eso es preciso no ceder ante el Mal… y purificar todo cuanto esté en nuestras pecadoras manos…

 

—Es usted sacerdote e imán, ¿no podría vivir de este trabajo? ¿Por qué quiere ser montador de robot?

 

—Es voluntad de Dios. No puedo oponerme a sus designios, no hasta que me envíe otra señal...

 

Mientras le pasaba a Mohamed Jerusa el impreso de adhesión al tratamiento terapéutico, el doctor Delmundo entró en una amigable conversación sobre las razones que llevaron a la fusión de esa facción de cristianos y musulmanes unidos y sobre cómo se concilian los distintos libros bíblicos y coránicos. El doctor Jerusa, doctor en teología de las sagradas escrituras, dio muestras de una aguda penetración y de una gran plasticidad cuando tenía que conciliar los sentidos de textos cuya literalidad era antitética y contradictoria para los profanos.

 

—Que Dios le acompañe, doctor Jerusa, “solo el Dios verdadero”… —se oyó que se despedía el psiquiatra sentado en su mesa, mientras el paciente encaraba la salida. Mohamed tuvo la leve impresión de que aquel doctor se movía en el linde de la blasfemia…

 

A Edmundus le quedaban ahora, para rematar la mañana, dos casos de sexoadicción agresiva y dos de ludopatía autodestructiva. «Siempre son casos tan parecidos…», pensaba… mientras pulsaba la orden de entrada.

 

20

 

Desde hacía un mes, Silvia había decidido estudiar todos los días en la biblioteca de la clínica, ahora totalmente modernizada desde el atentado. Sabía que el abuelo estaba pasando por unos malos momentos y aprovechaba para saludarle a primera hora y comer con él a mediodía. Siempre que podía se les unía su hermano del alma.

 

Eran las doce y media de la mañana y sonaron las alarmas de evacuación del edificio. En pocos minutos todos estuvieron fuera, en los jardines. Más de cien personas, nerviosas, muchas de ellas con sus batas de trabajo, se preguntaban qué estaba sucediendo…

 

¡Una falsa alarma! Un sujeto que entró disfrazado de Joseph Kirk y que se dirigía a la sala número 30… resultó ser un periodista que quería forzar una entrevista múltiples veces denegada… El doctor Delmundo ya había enviado un comunicado oficial a la prensa y había concedido varias entrevistas serias, con todos los detalles… Pero los noticieros estaban interesados en ligar este caso con algunos asuntos de su vida familiar y de sus opiniones políticas. Y él se negaba a estos cotilleos mezquinos… lo había manifestado hasta la saciedad. Sin embargo, a partir de estos sucesos, de esta negativa y de esta alarma… Publio Tozú, este era el nombre del reportero de Las Diez Más Sonadas, ya tenía su reportaje asegurado, todo verdadero…aunque hubiera que especular con hipótesis, que serían expuestas como tales… por supuesto.

 

A la una y cuarto a la doctoranda le estaba costando volver a concentrarse, pero no podía permitirse el lujo de dejarse llevar por los nervios… Tenía claro cuáles eran las características constantes que separaban al siglo XVIII del XIX: el paso progresivo del trabajo desde el sector primario al sector secundario y, en segundo lugar, la generalización progresiva de la individualidad personal. Así lo había dejado ya redactado en un texto que le complacía totalmente.

 

Y estaba segura también de cuáles eran los rasgos que diferenciaban al siglo XIX del XX: la importancia progresiva del sector terciario y el cambio de las costumbres al calor de las nuevas tecnologías: electrodomésticos, radio, tv, internet... Como también veía el salto que había entre el XX y el XXI: el final del modelo capitalista puro, al entrar en contradicción el tiempo de trabajo competitivo empresarial con el fuerte aumento de la población y con el incremento de potentes nuevas tecnologías que reducían la necesidad de mano de obra... Todo ello combinado con la guerra de intereses internacionales de los distintos estados: unos, defensores históricos de la sociedad del bienestar, otros, paraísos fiscales, y los terceros, países en expansión económica que no estaban dispuestos a cumplir la “Ley de desarrollo equilibrado”, que era asfixiante para ellos. Eso llevó a la guerra de 2048, cuyo detonante fue el uso de diversas armas químicas que arrasaron ciudades enteras y crearon el pánico general. El armisticio se impuso como único medio conjunto de frenar “la peste del siglo XXI”, una mutación de los efectos químicos propagados, que se expandió primero a través de las ratas y después a través de los cerdos, las vacas, los pollos y todo tipo de aves… Murieron tres de cada cinco niños menores de diez años. En total, un tercio de la población mundial pereció prematuramente. Las secuelas duraron varias generaciones. El sistema de vida hasta la fecha se hizo insostenible. Se refundó la ONU en la UNWB y se abrió un nuevo periodo histórico.

 

Pero Silvia se hallaba algo atascada en el tránsito entre el XXI y el XXII. En ello estaba, cuando sonó aquella alarma…

 

Ahora, se concentraba  en que el control de la fusión nuclear, en 2050, fue determinante para la estabilización de una nueva economía global, basada en el abaratamiento de la energía… las ideas políticas convencionales, divididas en derechas e izquierdas, dejaron de ser útiles… los problemas de subdesarrollo fueron fácilmente subsanables… entonces se trató de la redistribución de otro tipo de bienes… En el siglo XXII se consiguió, por fin, solucionar el problema estructural del paro, que oscilaba entre el 20 y el 35 % de la población, y aun remontaba más en las crisis. Finalmente, los intereses de los distintos países encajaron en la fórmula de Kito Brando, el gran filósofo y economista del siglo: paro estratégico no superior al 6 %, fraccionamiento del horario de trabajo en función de la demanda y salario mínimo vital asegurado para todos unido a la obligación de trabajar (salvo enfermos, menores y jubilados). El mercado libre ha de respetar estos axiomas de economía armónica.

 

Por tanto, podía decirse que un elemento trascendental en el cambio entre el siglo XXI y el XXII tuvo que ver con la nueva redistribución del trabajo: obligatoria, universal y flexible. Entre el siglo XXII y el XXIII había mucha continuidad, aunque se apreciaban claras diferencias. Sobre el siglo XXIV y XXV tenía muchas anotaciones hechas… Entonces, la voz de Yóbrek, «cómo lo llevas pequeña», la sacó de sus reflexiones y apuntamientos… Por esta mañana ya era suficiente… «Iremos a comer con el abuelo, ¿puedes, no es verdad?».

 

—He venido para hablar primero contigo. En marzo cojo vacaciones. Quiero proponerle al abuelo que me deje formar parte de su defensa. Voy a postularme como abogado asesor, junto al abogado de oficio. —Silvia recordó ahora que al tiempo que ella había iniciado los estudios de Historia, su hermano se había matriculado en Derecho a distancia… aunque ya estaba trabajando de teniente de la policía especial de Balance— Al hallarme fuera de servicio, no es incompatible. He recibido el diploma hace un mes… —ella protestó con el gesto—. ¡No te había dicho nada, es verdad!

 

—¡Es una buenísima idea! No tienes experiencia, pero puedes resultar muy útil… lo sé… —pensaba, mientras hablaba, que con la intuición congénita para captar las corrientes subterráneas que tantas veces había demostrado…— El abuelo ya tiene medio juicio ganado… vamos, se lo diremos ahora…

 

—¡Modérate! Vas a levantar falsas expectativas —Mientras decía esto, tenía en cuenta uno de los principios de cualquier deporte: el primer indicio de que no se va a ganar es darlo por ganado anticipadamente—. Pienso decirle que necesito hacer prácticas. De este modo accederá, ¿qué te parece? —ella asintió, mientras los dos salían de la biblioteca hablando en aquel tono de cuchicheo en el que estaban.

 

—Abuelo, vamos a comer. ¡Los tres! —se la oyó anunciar, mientras irrumpía en la sala 30, segura de que el último paciente ya se había ido.