III

  

La ley

 

 

 Setecientas veintinueve veces

es más feliz el justo que el tirano

(Platón: República, IX)

 

  

Muéstrate en la desgracia

animoso y sereno.

Pero, prudentemente,

si es favorable el tiempo,

recoge algo las velas,

quizá de sobra hinchadas por el viento.

(Horacio: Odas, «A Licinio»)

 

  

21

 

Un consejero de los Cien debía ser juzgado por la instancia suprema. El juicio iba a celebrarse en Luanda, Angola. La sede judicial de Balance se movía rotatoriamente por cada una de sus cuatro sedes plenarias. A partir de marzo de 2446 tomaba la capital angoleña el relevo. Las sedes: La Haya, Managua, Tokio y Luanda, son las capitales judiciales correspondientes a sus cuatro demarcaciones territoriales: Europa-Asia occidental, América, Asia oriental-Oceanía y África.

 

El traslado en bólido aéreo duraba apenas treinta minutos. Contando con los transportes menores había que calcular dos horas para trasladarse desde casa hasta el hotel designado. Edmundus Delmundo había hecho los preparativos del viaje con todo cuidado… Le venían imágenes de cuando, hace más de un siglo, preparó su maleta para dirigirse a la defensa de su primera tesis doctoral. Se trataba de un enfoque poco ortodoxo, muy arriesgado en su estructura formal y sobre todo muy incómodo para cualquier tribunal que tuviera que hacerse cargo de aquellas conclusiones… ¿cómo llamarlas?, ¿revolucionarias?, en algún sentido, sin duda, pero en todo caso totalmente a contracorriente. «Salí adelante de aquella polémica tesis gracias, en buena medida, a haber tenido la suerte de que el profesor Paul Henco fuera miembro del tribunal, aquel eminente matemático totalmente abierto a poner en entredicho las “verdades tópicas” al uso». Delmundo consiguió con aquel trabajo reenfocar de un modo más fecundo las relaciones entre la matemática y la lógica, tesis que fue seguida después por una saga de jóvenes talentos pitagorines que han ido demostrando la fertilidad de dicho planteamiento. Él, en lugar de continuar profundizando en la pura arquitectura matemática, prefirió continuar con las relaciones entre esta, la microfísica y la cosmología.  Pero «ya ha llovido mucho desde entonces…» —pensó cuando vio aparecer a sus dos nietos, que venían a recogerle.

 

Los juicios se celebraban con la participación de profesionales oficiales; podía haber abogados particulares, pero siempre al lado del asignado oficialmente, principal responsable en último caso. Yóbrek ejercería de abogado adjunto, al lado de Clarence Rowda, su defensor oficial por sorteo. Edmundus no necesitaba contratar a ningún especialista, él era buen conocedor del terreno que pisaba y, con la ayuda de sus dos nietos, se sentía con fuerzas para afrontar aquel teatro... Si Rowda no le convenciera, siempre podría recusarlo. No necesitaba un “buen abogado”, sino un profesional honrado, suficientemente flexible, eso sí, para adaptarse a las sinuosidades que tendrían que salvar.

 

Silvia ni siquiera lo había dudado un segundo… tenía que estar allí… Ejercería alguna función… Finalmente descubrió, hace unas semanas, que en el desarrollo de los juicios el pasado importa mucho: la “jurisprudencia histórica” podía llegar a ser crucial, así que «me ocuparé de eso». La tesis doctoral, si fuera preciso, la aplazaré.

 

Algo oscuro y calculado se anunciaba en este juicio. La instrucción avanzaba a un ritmo trepidante, bordeando siempre los tiempos límite. Surgían tantos imprevistos que uno tenía la impresión de habérselas con todas las triquiñuelas imaginables. La capacidad de la defensa para organizarse se reducía al mínimo. Todo aquello cabía ser impugnado, pero el viejo ya había decidido que no colaboraría a realzar aquel teatro con argumentos a la defensiva. Sabía lo que tenía que hacer. Había que dejar hacer, esperar pacientemente a que montaran su obra y en el momento extremo descubrir las bambalinas, la tramoya y el artificio de los bastidores.

 

—Lo primero que haremos en Luanda será calibrar a Clarence Rowda… ¡a ver cómo quiere enfocar la defensa! —les dijo a sus dos nietos.

 

—Tenemos poco tiempo de preparativos… andaremos muy justos —comentó Yóbrek mientras revolvía y ordenaba sus papeles.

 

—Los procesados pueden repudiar a sus defensores —previno Silvia—. He consultado las estadísticas. En lo que va de siglo, son repudiados el 35 % de los casos; el 5 % ab initio. No tengo claro en qué supuestos… —acabó formulando.

 

El abuelo hizo ademán de responder, pero cedió la palabra a su nieto que se disponía a demostrar su buena preparación y su excelente memoria:

 

—«Primero, demostrar razonadamente que puede perjudicar a la defensa y, segundo, proveer una sustitución compulsada en el plazo de dos días» —citó de corrido.

 

—Sí, eso es —Y después el abuelo añadió—: Y es muy importante que todo ello no parezca una estratagema, menos aún una componenda. La apariencia de artificio o amaño se interpretará en nuestra contra… Vamos a entrar en “la guerra de la opinión pública”, no lo olvidemos —pronunció aquellas palabras con todo su énfasis. Sabía por experiencia que quien se defiende sin motivo aparente, suele ser porque encubre algo. Cualquier simulado ardid se traduciría como signo de ocultación. El abuelo se extendió en otros pormenores de carácter psicológico, teatral y del arte del montaje, y sobre la conducta de las opiniones gregarias… Los dos hermanos se miraron y comprendieron que el abuelo quería desechar toda maniobra no diáfana. Era muy importante ser inocentes, pero también parecerlo, porque para sembrar el descrédito basta con que lo parezca, habían concluido por entender ambos…

 

—Esperemos que sea una persona fiable —dijo ella. Se refería a Rowda.

 

—Por su historial ya sabemos que no es precisamente una eminencia... y quizá tengas razón, abuelo, eso no es ahora lo más importante. Quieren provocar que entremos en el juego de las impugnaciones, según parece. 

 

—Por lo que he investigado de sus otros juicios, no parece  ser buen retórico.

 

—Sin embargo, no se le ha visto implicado en ningún caso de corrupción... eso es algo —sentenció Yóbrek.

 

Y dando por terminado el análisis, el abuelo concluyó:

 

—Pero si no tiene sentido del humor, ¡lo repudiamos! —Y los tres, como niños, rieron… Mientras, las miradas de quienes les observaban con disimulo desde hacía tiempo (Delmundo era un personaje público) se volvieron más evidentes y transformaron el espionaje en una manifiesta fascinación...

 

Comieron juntos en el hotel, poco después de llegar a Luanda, y a continuación descansaron una hora para estar bien despejados. A las cinco habían quedado con Clarence Rowda.

 

Los tres le vieron entrar en el salón de recepciones a un mismo tiempo. El letrado era un hombre de 1,92, frisando los cincuenta, piel muy clara, de aire badulaque, aunque tierno, se acompañaba de un apreciable sobrepeso y no estaba bien musculado sino fofo, caminaba torpemente, como si tuviera los pies excesivamente planos… «Tarda mucho tiempo en descubrirnos», mirando una y otra vez la foto que consultaba en su carnet… finalmente vio nuestras manos agitadas en alto en señal de llamada y acabó reparando en el abuelo…

 

—¿El señor Edmundus Delmundo? —El abuelo asintió—. Encantado de conocerle personalmente, he oído hablar mucho de usted y de sus métodos…

 

—Espero que bien —dijo el abuelo, para romper el hielo.

 

—Oh, sí, por supuesto… —recapacitó lo que había dicho, como si hubiera sido poco creíble, por maquinal, y añadió corrigiéndose—: Aunque las circunstancias…eh…oh… ¡bueno!, casi todo el mundo habla bien de usted… Ya me entiende…

 

—Señor Rowna, le presento a su ayudante, mi nieto Yóbrek Delmundo. Espero que se entiendan bien…

 

—Sí, lo he visto en el dosier… encantado… —no supo cómo llamarle y culminó con un «Colega». Clarence se iba poniendo más y más nervioso. Yóbrek por desembarazar el tirante encuentro, añadió:

 

—Encantado señor letrado. Le presento a Silvia, mi hermana. Aunque está en calidad de secretaria a cargo del historial jurisprudencial…

 

—Ah, bien, estupendo… puede ser muy útil… —Mientras tanto, Clarence no tuvo más remedio que saludarla directamente, al tiempo que era evidente que se sentía embarazado por su belleza—. Silvia…, bueno… secretaria, o sea jurisperita… encantado… ¿Dónde ha estudiado usted derecho?

 

—Señor Rowna, he estudiado… —titubeó calculadamente— ¿derecho?, sí, indirectamente, pero en realidad, no, ¡lo siento! —se disculpó pensando en no tensar más la situación y luego aclaró su función—: He estudiado Psicología, Ciencias antropológicas y sociológicas y voy a doctorarme en Historia contemporánea… y como tengo grandes dotes para la investigación… soy muy buena, créame… me ocuparé de la historia jurisprudencial, si no tiene inconveniente —Clarence, que empezaba a sentirse ridículo, decidió echar mano de la frase que había venido preparando por el camino:

 

—Tenemos poco tiempo, ¿cuándo empezamos? Por mí, ahora mismo. El tema es muy complejo, ¿no cree señor Delmundo? —los cuatro se sentaron dispuestos a elaborar una buena defensa.

 

—Usted dirá —dijo amablemente pero con un toque algo seco el doctor Delmundo. El abuelo se había propuesto corregir los primeros instantes algo frívolos, fruto de aquel ridículo embarazo que traía puesto Clarence Rowda.

 

—Bueno, ya saben… ¡en realidad no lo saben!… habrá tres ministerios fiscales.

 

El abuelo, y con él sus dos nietos, no dio crédito a lo que oía. Los ojos abiertos y redondos como platos anunciaron una gran exclamación y un agresivo interrogante. Quedó fijamente mirando con esa rara expresión amenazante durante varios segundos y finalmente le hizo un gesto para que se explicara. El abuelo no era consciente de lo mucho que imponía con su sola presencia, cuanto más si se expresaba de manera tan gesticulante, pensó su nieta.

 

—Hay tres acusaciones —aclaró Rowna—. La que se conoce oficialmente es la del “uso irregular del Pozo”, pero se han añadido otras dos más: “abuso de poder y de privilegios” y “corrupción”. Al ministerio fiscal del Trabajo se unen pues los ministerios fiscales Político y Ético. —Las categorías de cada delito eran arbitradas por fiscalías especializadas; no era lo mismo delinquir como ciudadano o hacerlo contra el Estado o ser imputado por acciones personales impropias... de ahí esos tres tribunales.

 

—Pero usted sabe que esto es totalmente irregular. Esto bastaría para impugnar todo el proceso —explicó el abuelo, no sin un brote de cólera bien contenida.

 

—Sí, lo sé. Eso es lo primero que quería proponerles —transcurrió un tiempo glacial—. ¿Qué piensa señor Delmundo?

 

—Pienso demasiadas cosas. De momento iremos por partes. ¡Continuaremos! Tenemos tiempo de impugnarlo más tarde. Pero esto nos obliga a replantear toda nuestra defensa. —El viejo permaneció pensativo unos segundos, primero miró a Clarence Rowda, como si lo escaneara; luego consultó con su mirada la expresión de los ojos de Yóbrek, auscultando su firmeza; y cerró el círculo comprobando si Silvia se mantenía totalmente resuelta. Entonces añadió en un torrente explicativo que no permitía ser interrumpido—: Señor Rowna, la defensa no tendrá un titular. Será colegiada. Esto nos dará más flexibilidad y mayor dinamismo y seremos menos previsibles. Yo dirigiré el grupo. Sí, ya lo sé, no es habitual… pero no olvide que aún soy consejero de Balance —a punto de caer, por este juicio y por mi level 99, pensó sin decirlo— y, por tanto, estoy facultado. Usted, Yóbrek y Silvia serán cotitulares conmigo, colegiadamente. Me gustaría que se encargase… —seguía dirigiéndose a Clarence Rowda, obviando el apoyo incondicional de sus dos nietos— …que se especializase en los problemas procedimentales, ya sabe: pertinencia de los testigos, legitimidad de las pruebas, posibles apelaciones… y todos los “artificios” reglamentarios… —Viendo que Clarence no oponía resistencia alguna, concluyó—: ¡Encárguese de todas las formalidades! El artículo 118 del reglamento faculta claramente a reestructurar la defensa, en caso de ampliación de las acusaciones in medias res. Elegiremos la opción colegiada.

 

—Por mí no hay ningún problema. Seré sincero: así será mucho mejor… he comprobado en los trámites previos que en este caso hay muchas cosas... raras… —Lo dijo repitiendo una de las anotaciones que tenía redactada literalmente así en su cuaderno personal. El sujeto era honrado, reconocía abiertamente su verdadero estado mental. Y, además, no ocultaba sus limitaciones.

 

—Ah, una cosa más, señor Rowna, Yóbrek Delmundo figurará como Yóbrek Sánklett y Silvia Delmundo como Silvia Sánklett, para evitar confusiones... Estos son sus apellidos iniciales, el Delmundo es un apellido de uso familiar… ya sabe que no soy su abuelo sino su tatarabuelo.

 

En efecto, el árbol genealógico que podía consultarse de la familia era este:

 

Yóbrek y Silvia

 

Marco y Marie (padre y madre)

 

Áurea y Nicolai (abuelos paternos) / André y Cloe (abuelos maternos)

 

Rosalie y Jorge (bisabuelos paternos)

 

Edmundus y Rosmunde (tatarabuelos paternos)

 

 

 

Yóbrek y Silvia son hijos de Marco Sánklett Delmundo y Marie Laplace. Marco nació del matrimonio de Áurea y Nicolai: los abuelos paternos. Y Marie, de André y Cloe: los abuelos maternos. Áurea es hija de Rosalie y Jorge: los bisabuelos paternos. Y Rosalie es hija de Edmundus y Rosmunde: los tatarabuelos paternos. El apellido Delmundo viene de Edmundus, Rosalie, Áurea y Marco. Áurea lo hereda de primer apellido, por voluntad propia. Y el apellido Sánklett puede rastrearse desde su nacimiento en el siglo XXI a través de catorce generaciones que Silvia ha estudiado y conoce muy bien, transmitido por el marido de Áurea, Nicolai.

 

Silvia y Yóbrek tienen un componente racial hispano visible, pero el resto pertenece a una mezcla donde no falta ningún continente y en cuya línea se han mezclado genéticas chinas (Anna, la madre de Jorge, era china sin mezcla todavía), negras (Marie, la madre de Silvia y Yóbrek, es negra bastante amulatada), albinas (la tatarabuela Rosmunde era una albina de Islandia), amerindias (en la décima generación), australianas (en la decimosegunda), en un juego de cruces raciales que se vuelve ya inextricable. Lo mismo le ha pasado a una buena parte de los habitantes del planeta. En cada área geográfica hay una parte reducida de la población que conserva la raza pura que había llegado al siglo XX casi intacta desde milenios atrás. La mayor parte de las epidermis del planeta gozan de una brillante piel tostada, y van desde una gradación que recorre los morenos oscuros, como el café cortado, hasta los morenos claros, como el té con leche. La piel de Yóbrek y Silvia tira a té con leche y unas gotas de café con un apunte de miel. Edmundus Delmundo tenía un aspecto epidérmico no muy diferente, pero sin los ojos rasgados que ambos hermanos lucían y sin su extraño color de pelo.

 

22

El tribunal estaba formado por diez jueces. Era el resultado [...]